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Una muerte absurda

 Fernando López-Mirones

Éstos son los dos compañeros de tantos paseos, los que estuvieron en al menos treinta fiestas del pueblo, treinta días de la Virgen de la Antigua, treinta años de vida de dos ejemplares de pino y abeto respectivamente que han sido talados para rehacer una plaza que era preciosa, y que no ha mejorado nada.

¿No se les podría haber respetado?, aunque planten en su lugar otros dos enjutos palucos, hasta dentro de otros 30 años no podremos disfrutar de la sombra noble de colosos como ellos.

Muchos al pasar no saben porqué, pero notan que les falta algo. La plaza quedó desangelada, sin vida, una plataforma de granito yermo que en verano será como una placa vitrocerámica gigante, sin sombras, sin ellos.

¿Costaba tanto dejarlos ahí?

Quiero elevar este canto a nuestros dos árboles talados sin sentido.

Podrán decir que sus raíces rompían las tuberías del agua, pero eso no es cierto. Las raíces aprovechan el agua que previamente se sale de unas cañerías defectuosas, y por eso sus raíces crecen alrededor. Ellos no las rompen, ellos solo beben lo que de otra forma se perdería. Cuando las tuberías no tienen fugas, las raíces no detectan el agua y siguen su camino.

Nuestros amigos verdes, auténticos tesoros en una Castilla deforestada que antaño poblaran densos bosques de encinas, no deben quedar en el olvido. Mirad queridos vecinos, al lugar en el que estaban, echadlos de menos aunque solo sea por unos segundos. Ellos eran majestad frente a las raquíticas palmeras tropicales que ahora malviven frente a la Tahona. Incultura botánica, falta de sensibilidad. También talaron un chopo de 25 metros de altura que vivía frente a la nueva Parroquia de San José, en El Coto. Lo hicieron ¡para colocar un foco que iluminara la iglesia!. Pero el foco deslumbraba al párroco, y finalmente se quitó de allí. Para el chopo ya era tarde, su cuerpo muerto alimenta la chimenea de alguien, o lo que es peor, se pudre en algún vertedero. ¿Alguien se dio cuenta? … no le olvidemos tampoco.

Los árboles de El Casar deben ser tratados con más respeto; y si realmente fuera necesario talar alguno, que sea por una buena razón, no por colocar un foco o hacer una plaza nueva que es mucho más fea que la anterior.

Cuando el calor llegue, cuando el cambio climático nos azote de nuevo, nuestros tres gigantes ya no podrán regalarnos su sombra ni su cobijo. Esperaremos treinta años hasta que los palitos que planten vuelvan a ser cortados por otro alcalde que desprecia a los árboles: tonterías.